miércoles, 2 de septiembre de 2020

El caldo de pollo - Cuento

 

El caldo de pollo



Original de: María Esther Cruz Ramón
Adaptación: Ramsés Parral Hernández




 

Esta historia sucedió en la década de 1950. Cuando un joven llamado Fermín, de 25 años no quería trabajar. Sus padres estaban cansados de tener que mantenerlo y se lamentaban no haberle dado una enseñanza más provechosa para la vida. Todos sus hermanos, que eran varios, ya eran hombres y mujeres responsables, con hijos y familias bien establecidas. Ninguno de ellos dependía de sus padres, los visitaban y trabajaban las tierras para mantenerse.

Sin embargo, Fermín no daba su brazo a torcer y seguía cómodamente aprovechando la bondad de sus padres, que ya eran mayores. El padre, que trabajaba la siembra desde las cinco de la mañana le pidió a Fermín que se fuera a trabajar con él; pero Fermín fingía estar enfermo, sentirse mal y cientos de pretextos más. Hasta que un día, doña Mireya, su madre, angustiada por el bienestar de su hijo, tomó una decisión difícil; pero que estaba segura le iba a servir bastante.

 

Le dio a Julián un costal lleno de frijoles y dinero.

-Mira, hijo. Esto te servirá para que comiences a volverte independiente. Tu padre y yo ya estamos viejos y no te vamos a vivir siempre. Debes empezar a defenderte. Es por tu bien.

-Pero mamá, esto que me haces no se le hace nunca a un hijo. Me estás corriendo de mi propia casa.

-No hijo. Te lo doy de corazón y sé que saldrás adelante. Lo que tu padre trabaja, apenas alcanza y debes comenzar a mantenerte y más si tienes familia.

-Nunca te perdonaré, mamá.

-No digas eso , hijo. Mira, estos dos huevos los acaba de poner la gallina. Te van a servir.

 

El joven, enojado depositó los huevos dentro de los frijoles del costal. Se lo cargó y comenzó a andar enojado con su padre. le costó mucho trabajo comenzar de cero, pero la bendita mano de su madre fue la que, seguramente, provocara que los huevos que había guardado entre los frijoles, tuviera pollitos y estos, más y más. Hasta que logró tener un corral con varias gallinas y pollos que bien le alcanzaban para sostenerse a él y, después a su esposa e hijo.

 


Al paso de dos años. Fermín, nunca había vuelto a casa, ni siquiera un saludo había enviado a sus padres. Su papá, se puso enfermo y falleció. No fue al entierro, porque se sentía herido. Él había provocado que lo echaran de la casa. Entonces, su madre, al ver que todos los hijos habían ido al entierro y al velorio, menos él; decidió ir a buscarlo.

Justo esa tarde, a Fermín se le había antojado un caldo de pollo calientito, con verduras y y tortillas doradas remojadas en él. Estaba a punto de sentarse a comer, cuando Doña Mireya tocó la puerta de madera de la casita de Fermín. Al ver que se trataba de su madre, pidió a su mujer algo inaudito:

-Es mi mamá. Guarda el caldo de pollo, que no me va alcanzar y seguramente me va a pedir. Tápalo con esa cazuela.

-¿Es en serio, Fermín?

-Sí, haz lo que te digo.

 

Le abrió la puerta. Doña Mireya le dio un abrazo fraternal a Fermín. Estaba orgullosa de lo que había logrado su hijo, el más pequeño. Él la invitó a pasar; pero no tuvo las palabras en su boca para recibirle y reconocer que seguía enojado con ella. Entonces, después de haber platicado a su hijo cómo falleció su esposo, se atrevió a ponerse de pie y levantar la cazuela que cubría el caldo.

-No levantes eso, madre. No hay nada para ofrecerte.

 




Doña Mireya sabía que había caldo porque su experiencia lograba percibir el delicioso aroma. Supo que no quería darle de comer. Aceptó, más apenada que él la indicación. Pasado un rato, se despidió de su hijo, su nietecito de meses y de su amado Fermín.

 


Al sentarse Fermín, pensativo en la mesa, para esperar su plato de caldo, escuchó el grito de su mujer, que precedió a un desmayo. Se puso de pie y observó dentro de la cazuela del caldo, en vez de pollo había una serpiente.

 

 Si quieres escuchar el cuento, da clic en la imagen.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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